S O M N I A
La casa respira como un cráneo: cámaras huecas donde la memoria se derrama en polvo. Ella atraviesa ese mapa de ruinas y sombras —no entra, más bien vuelve a sí—; la pérdida se vuelve rito y el rito, anatomía. La naturaleza se infiltra: raíces que reclaman, hojas que traducen la voz en silencio.
Todo culmina en un pulso que ya no le pertenece: posesión y éxtasis se confunden hasta dejar solo un cuerpo que aprende a escuchar fuerzas que lo atraviesan. Al salir, no hay certidumbre —solo un umbral suspendido entre la claridad y el abismo—, una pregunta abierta que funciona como paisaje: ¿renacimiento o residencia permanente en el vacío interior?